

Panettone y Pandoro:
Dos Estrellas del Dulce Italiano
En Italia, la Navidad no empieza realmente hasta que en la mesa aparecen dos emblemas dorados del invierno: el Panettone y el Pandoro. Ambos nacidos en el norte del país, estos dulces han conquistado los hogares del mundo entero, evocando el calor familiar, la mantequilla derretida y el perfume de las fiestas.
El Panettone: Tradición Milanesa
Originario de Milán, el panettone es un pan dulce de masa fermentada que requiere largas horas de levado y paciencia artesanal. Su textura es aireada y fibrosa, con una miga que se abre como algodón al partirla.
La masa, enriquecida con mantequilla, huevos, azúcar y levadura natural, se perfuma con frutas confitadas y pasas, lo que le aporta un sabor ligeramente ácido y aromático.
Cada panettone es una obra de arte: su cúpula dorada y su altura imponente simbolizan la abundancia y la alegría de compartir. En muchas casas italianas se sirve acompañado de una crema ligera de mascarpone o zabaglione, para equilibrar su dulzura.
El Pandoro: Elegancia Veronesa
Más al este, en la elegante ciudad de Verona, nació el Pandoro, cuyo nombre significa literalmente “pan de oro”.
Su masa es rica en mantequilla y vainilla, lo que le da una textura suave, tierna y homogénea, parecida a un brioche muy fino. No contiene frutas ni glaseados: su sencillez es su mayor encanto.
El pandoro se presenta en forma de estrella de ocho puntas, una silueta que recuerda la luz navideña. Antes de servirlo, se espolvorea con azúcar glas, que cae sobre la superficie como una nevada dulce. En muchas familias se corta en capas horizontales, creando un efecto de “árbol de Navidad” cuando se apilan los trozos escalonados.
Dos Estilos, Un Mismo Espíritu
Aunque diferentes en sabor y textura, panettone y pandoro comparten una esencia: el gusto por la celebración y la memoria.
El primero, con su perfume de fruta confitada, habla del invierno milanés y de la tradición artesanal.
El segundo, con su aroma a vainilla y mantequilla, representa la elegancia veronesa y la dulzura refinada de las fiestas.
Ambos son un viaje sensorial por la Italia más auténtica: una Italia que se reúne alrededor de la mesa, que brinda con espumante y que termina la cena con un trozo de historia, envuelto en papel dorado
